La segunda parada de la sección turística de viajes por la provincia nos lleva hasta Belorado, donde nuestra colaboradora Silvia Sancidrián nos cuenta su experiencia en el Camino de Santiago y nos describe los encantos de la localidad beliforana.
Son cerca de 114 los kilómetros que el Camino de Santiago recorre a través de la provincia de Burgos. Desde Redecilla del Camino hasta Itero del Castillo, día tras día se escriben en sus veredas, en sus sendas, en sus poblaciones, en sus bares, un sinfín de historias; historias protagonizadas por los miles de peregrinos que todos los años dedican su tiempo, su cuerpo y su espíritu a transitar por esta ruta declarada Patrimonio de la Humanidad allá por 1993. Y esta no es sino otra más; la mía propia.
Hasta la fecha, cada vez que me he acercado al Camino he estado condiciona por un tendón de Aquiles intervenido cuando era aún muy joven. Al igual que «al de los pies ligeros», esto dejó en mí una huella imborrable, que tiende a manifestarse en cuanto me calzo las botas de andar. En esta ocasión no iba a ser menos.
Pero comencemos por el principio. Por cuando de repente una amiga, de esas que lo son del alma, te pregunta: «¿qué podemos hacer en Semana Santa sin alejarnos mucho de Burgos? Dispongo de dos días libres y poco presupuesto». La respuesta es fácil: «un par de etapas del Camino de Santiago. Podemos partir de Burgos dirección Compostela y atravesar Tardajos y Castrojeriz. O, por el contrario, retroceder dos jornadas y presentarnos en Belorado e iniciar desde allí la marcha. En este sentido, por el camino tendremos la oportunidad de saludar a Miguelón en Atapuerca y de contar a los compañeros de mesa el famoso milagro de la luz que todos los equinoccios de primavera y otoño tiene lugar en el interior de la iglesia de San Juan de Ortega». Y dicho y hecho; la mañana de Jueves Santo aparcamos el coche a la entrada de Belorado y emprendimos nuestro camino.
Belforatus, «hermoso agujero»
La riqueza patrimonial de esta localidad es innegable. Pero su entorno natural es como para sentarse un buen ratito y fundirse en él. Alguien me dijo de pequeña aquello de «azul con verde muerde». Para mí ¡¡¡mentira y gorda!!! En mi retina aún permanecen esos campos verdes bajo el manto protector de un cielo límpido y azul. Y por si esto fuera poco, de fondo, los picos nevados de la Sierra de la Demanda se alinean paralelos al trazado del Camino. Definitivamente, siempre merece la pena hacer un alto en el camino y detenerse unos minutos para contemplar la belleza que nos rodea.
Cuando el Camino de Santiago se tiene que hacer en chanclas
Pero como dije al principio, si algo ha caracterizado mi caminar de estos días han sido las chanclas de piscina. Esto y dos palabras: determinación y aprendizaje. Las primeras, porque a mi pie derecho lo mismo le da que le calce una bota de trekking buena o que le haga un vendaje preventivo. A los pocos kilómetros me lo tengo que quitar todo por la ampolla tan gigante que se me ha formado. Y a partir de ese instante, los comentarios de los peregrinos con los que me cruzo se suceden todos en la misma dirección: «yo no podría andar en esas condiciones». Pero sí. Se puede. Solo hace falta confianza y un poquito de determinación, de osadía, de valor, de decisión por hacer algo.
Y mi aprendizaje ha venido de la mano del ruido exterior. Creo que hasta ahora nunca antes lo había experimentado en el Camino. Ese conductor que pasa a tu lado a una velocidad endiablada, con cuya estela se lleva tus pensamientos. Y ese peregrino con un concepto del Camino diametralmente opuesto al tuyo, que habla y habla y habla sin cesar cuando lo único que tú quieres es silencio y abstracción.
En resumen, está claro que las cosas nunca suceden como planeas; pero no pasa nada. Todo consiste en aprender y seguir adelante, porque en tu mano está permitir que las contrariedades te afecten o no. Yo recién estoy empezando a que sea que no.
¡Buen camino!