Desde Fundación Caja Rural Burgos te queremos mostrar la innegable belleza natural de la provincia de Burgos a través de una sección turística de la mano de Silvia Santidrián que nos adentrará en los parajes más destacados de nuestra tierra. Para comenzar esta ruta por la comarca, nuestro punto de partida se sitúa en la capital burgalesa, concretamente en el parque del Parral. Porque para descubrir los encantos de nuestra provincia, primero hay que conocer los de nuestra ciudad. Sumérgete en esta aventura y continúa leyendo!
Permítanme que les invite a adentrarse con todos los sentidos en las algo más de once hectáreas que tiene el parque del Parral, en Burgos capital, uno de los espacios verdes y de recreo de esta hermosa ciudad. Atravesado todos los días por peregrinos, estudiantes, runners y perros con sus amos, lo cierto es que la fecha más señalada del recinto es la festividad popular del Curpillos, en la que, paradójicamente, se disfruta de todo menos del entorno en sí.
Sin embargo, cualquier otro día son increíbles los sonidos, los olores, los colores, la luz que se filtra entre las ramas de sus árboles llenos de vida, de esa vida que les da la infinidad de pájaros que pueblan sus alturas y que de vez en cuando se posan en el suelo para caminar con una gracilidad propia de las grandes pasarelas de moda, sin sentirse en ningún momento atemorizados por la cháchara de todas y cada una de las pandillas de adolescentes que, llueva o haga sol, se reúnen en el parque al atardecer para reír, para jugar, para conversar, ajenos al ir y venir de esas maravillosas criaturas que vuelan por encima de sus cabezas.
Las aves que pueblan el Parral
Palomas zurita, palomas torcaces, grajillas, mitos, herrerillos comunes, estorninos negros, mirlos comunes, trepadores azules, agateadores, pájaros carpinteros que con sus picos son capaces de horadar círculos de una perfección exquisita en sus troncos o urracas, esas urracas que tan mala fama acarrean pero bellas, realmente bellas, de colores vivos, metálicos, capaces también de construir nidos con techo de una arquitectura casi matemática, pero puramente instintiva.
Para ser sincera, nunca antes me había parado a observar, prismáticos en mano, no ya el vuelo de los pájaros, sino tan siquiera su apasionante morfología: el azul transparente de los ojos de la grajilla, el pico amarillo del estornino o la larga cola del diminuto e inquieto mito. Y reconozcámoslo, la madre naturaleza es realmente grande y generosa. Sin embargo, el hombre apenas se detiene para agradecerle tanta belleza.
La belleza de la naturaleza
Caminamos tan deprisa por la ciudad que nos olvidamos de lo realmente importante: adentrarnos en cualesquiera de los jardines o parques que oxigenan nuestra ciudad, levantar la vista del suelo o de nuestros dispositivos móviles y dejarnos invadir por la pléyade de sonidos armónicos con que los pájaros nos deleitan incansablemente. Nos hemos olvidado de observar la belleza por el mero hecho de ser bella. Sin más. Sin pretensión alguna. Damos las cosas tan por sentadas que ya nada nos llama la atención: ni el canto de un pájaro ni su brillo iridiscente ni las fantásticas formaciones en que se desplazan recortando el cielo.
Hay quien afirma que sin pájaros no hay vida, y que ya los griegos en su día llamaron al infierno aornos, es decir, «lugar sin aves»; y hay quien ha relacionado también el canto de los pájaros con el bienestar psicológico del hombre, y la literatura tiene varios ejemplos de ello. Por todo esto es que, como dije al comienzo, les propongo esta actividad en la que descubrir el apasionante mundo de las aves sin salir de la ciudad. Los ingleses lo llaman birdwatching.