Nuestra colaboradora viajera Silvia Sancidrián, nos lleva este mes hasta Lerma, la Villa Ducal repleta de riqueza histórica, artística y natural que esconde un pasado mágico.
Puede que dar comienzo a este relato reconociendo que hacía años que no visitaba Lerma no diga nada bueno de mí. Pero la triste realidad es que, por unas cosas u otras, hacía más de 10 años que no detenía mi paso en la ciudad ducal. Durante ese tiempo, me limité a ver su histórica silueta desde la ventana de un coche o desde la del autobús de turno camino de Madrid. Y como yo, también un par de amigos de esos que hacen el trayecto Burgos – Madrid fin de semana sí, fin de semana no, y que hasta hace unos días tampoco habían encontrado un momento para pasear por sus empinadas y empredradas calles, y para disfrutar, desde el privilegiado mirardor de Los Arcos, de las espectaculares vistas de la vega del Arlanza y de la Sierra de la Demanda.
A medida que uno se acerca a Lerma por la Nacional 1 y ve desde la distancia su skyline, si es que tenéis a bien aceptarme el término, ya intuye la importancia y la riqueza que hubo en la villa allende los tiempos. Su época de mayor esplendor llegó de la mano de don Francisco de Sandoval y Rojas, Duque de Lerma, famoso valido del rey Felipe III. Pero hoy no voy a entrar a contaros sus andanzas. Ya hay mucho escrito (y en ocasiones poco bueno) de su figura. Os remito a los libros de Historia para conocerla; dudo mucho de que os deje indiferentes.
El arte barroco de Lerma
Es curioso que tanto tiempo sin ir a Lerma y el día que lo hago coincide que es uno de los más calurosos de la primavera burgalesa. Llegamos pasadas las cinco de la tarde, sin tiempo ya para hacer la ruta guiada del Barroco, por lo que nos fuimos directos a tomar una cerveza. Había que mitigar el calor y darle tiempo al astro sol para que comenzara su descenso. Como no podía ser de otra manera, la echamos en el Parador Nacional, residencia ducal y aposentos de la Corte durante el siglo XVII. El edificio aún conserva aquella elegancia, y sobria belleza; pero el interior, desde mi modesto entender, necesitaría aligerar un tanto el peso de tanta historia.
En cualquier caso, allí estábamos los tres disfrutando de una rica cerveza, cuando uno de mis amigos contó que J.K. Rowling estuvo hace años alojada en una casa rural en Lerma. A partir de este momento anecdótico, nuestra conversación y el resto de la tarde giraron alrededor de la magia y de lo que es realmente mágico. Y es que ¿será cierto que la magia realmente existe? Es inherente a la naturaleza del ser humano, de la madre tierra, del universo en el que nos encontramos. Pero, en algún momento de nuestro pasado, el ser humano la desvirtuó y la magia se ocultó.
Ahora, aquellos que rigen nuestros destinos se sirven de historias como las de Harry Potter, Raistlin, Rincewind, Sandman, John Constantine e incluso la de la Elsa de Frozen, para acercarnos de nuevo a ella desde la más pura aceptación, sin miedo, sin temor, desde el más mágico de los realismos. Yo, que sigo sin encontrarle el sentido a muchos de los fenómenos que ocurren a mi alrededor, quiero creer que sí que existe. Mis contertulios, mucho más racionales y escépticos que yo, no terminaron de coincidir conmigo, así que pusimos fin a la conversación y comenzamos nuestro recorrido por la villa.
La plaza mayor; los monasterios de Santo Domingo, Santa Teresa, la Ascensión de Nuestro Señor y de la Madre de Dios; la plaza de Santa Clara (en la que se encuentra la tumba del Cura Merino); la Iglesia Colegial de San Pedro; el convento de San Blas; el arco de la cárcel (hoy sede del Consejo Regulador de la Denominación de Origen del Arlanza); y la casa de don Ramón Santillán, primer gobernador del Banco de España, hoy convertida en un coqueto restaurante en el que, según me han dicho, «se come estupendamente».
Territorio Artlanza
Y como punto final a nuestra tarde de recreo, nos acercamos hasta Quintanilla del Agua, a tan solo 10 km de Lerma, para recorrer «la escultura más grande del mundo», es decir, el pueblo medieval de Yáñez. Esta es una de esas obras a las que las palabras no terminan de hacerle justicia. Hay que adentrarse en ella y perderse en sus callejuelas, para que el sentimiento estético y mágico que toda obra de arte busca provocar en el espectador se manifieste. En nuestro caso, lo consiguió.