Nuestra amiga y colaboradora Silvia Sancidrián, del proyecto turístico ‘Burgos Experience’, nos hace recorrer esta vez los maravillosos pueblos de Poza de la Sal, Oña y Trespaderne, tres localidades cercanas y de obligada visita si viajamos por la zona de Bureba y los Montes Obarenes. ¡No te pierdas este aventura recorriendo los mejores enclaves naturales y culturales de cada municipio!
«Llovió cuatro años, once meses y dos días. […] Se desempedraba el cielo en unas tempestades de estropicio, y el norte mandaba unos huracanes que desportillaron techos y derribaron paredes […]». Si no supiera del Realismo Mágico del autor de Cien años de soledad, pensaría que en estos lares vamos camino de vivir la misma circunstancia extraordinaria que en Macondo. Aún así, he de reconocer que hasta el último momento, la lluvia me dio una pequeña tregua en mi reciente salida a la provincia.
La noticia de la muerte de Stephen Hawking me sorprendió en la radio del coche camino de Poza de la Sal. Justo el día del nacimiento y muerte del hijo predilecto de la Villa, Félix Rodríguez de la Fuente, se iba también una de las grandes mentes de nuestra época. Otra coincidencia más para los anales de la historia.
Poza de la Sal
El casco urbano de Poza de la Sal fue declarado Conjunto Histórico-Artístico en el año 1982. Desafortunadamente, la falta de espacio no me permite entrar en una descripción pormenorizada de todos sus lugares con encanto, que los hay y muchos: la Iglesia parroquial de los santos Cosme y Damián, el castillo de los Rojas, las salinas, los lavaderos, la Plaza Vieja, por no hablar de sus frutales ya en flor.
Tampoco puedo explicaros qué es un diapiro, pero sí que puedo contaros que «el pozano» es el mayor de todo el continente europeo, según tengo entendido. Y es por esta circunstancia que no puedo sino centrarme brevemente en el entorno natural en el que Poza está enclavada.
Para entender la brutalidad del paisaje hay que salirse de los límites primitivos de la villa (por la Puerta del Conjugadero, por ejemplo) y dirigirse a la Plaza Nueva. Mandada construir por indicación de doña Juana de Rojas y Córdoba, V Marquesa de Poza, la panorámica que se nos regala desde su balconada no puede ser más espectacular.
De izquierda a derecha: La Mesa de Oña, los Montes Obarenes (pertenecientes a la Red de Espacios Naturales de Castilla y León), la Sierra de Pancorbo, la Depresión de la Bureba y la Sierra de la Demanda. Vista esta belleza no es difícil entender la increíble conexión del «amigo Felix» con la madre Tierra.
Oña
Mi segunda parada, Oña, tiene otro protagonista de excepción (salvadas las distancias): Lolo. Este lugareño, de 84 primaveras muy bien llevadas, gusta hacer de cicerone a los turistas que se adentran en los Jardines Secretos del Monasterio de San Salvador. Desde aquí no puedo sino agradecerle el lindo paseo que di a su lado.
«Y por qué son Secretos», le pregunté. Su respuesta no pudo ser más genial: «porque aquí es donde acudían los frailes a hacerse sus confesiones más íntimas. Siempre de tres en tres, porque los secretos entre dos nunca son del todo secretos». Sabias palabras las suyas.
Durante el recorrido me habló de tantas cosas, que mi memoria fue incapaz de retenerlas todas: de las actividades deportivas que practicaban los frailes (¡hasta esquí!); de que con ellos en el pueblo nunca faltó de nada. También de las mejoras que en su día se hicieron con motivo de las Edades del Hombre. Y por supuesto del agua que baja desde la Mesa de Oña, llena los estanques y abastece al pueblo. («Y la que sobra se va por aquí al río Oca», me cuenta mientras nos asomamos a la alcantarilla por la que discurre). Pero sobre todo me insistió en que no podía abandonar el jardín sin abrazar la secuoya «para que te dé alegría». Y dicho y hecho; con el abrazo al árbol terminé esta segunda etapa de mi camino.
Trespaderne
Y de Oña a Trespaderne, por el Desfiladero de la Horadada. Para descubrir toda su belleza es imprescindible (y de visita obligada) subir a las ruinas del Castillo de Tedeja. La construcción de esta antigua fortaleza, que debe su nombre precisamente a la función defensiva para la que fue erigido (del latín tetelis, «tutela, vigía»), se remonta a época romana, según constatan los restos de una torre, muralla y puerta localizados. Además del desfiladero, desde aquí también se atisban las dos vertientes del río Nela (con su puente medieval de ocho arcos) y el comienzo del valle de Tobalina.
Pero como decía al comienzo, la lluvia solo me dio una pequeña tregua. De repente, el viento y el agua se hicieron tan presentes que tuve que abandonar mi privilegiada posición, y emprender el camino de regreso a Burgos. En este sentido de la carretera, a la altura del cruce que lleva a Tartalés de Cilla, una penúltima singularidad de pasada: el Eremitorio del Arroyo de las Torcas (o Cueva de los portugueses). Este conjunto de cavidades artificiales excavadas en la piedra es el primero de los dos aquí existentes desde época altomedieval.
Y es que la última singularidad, dado que el Domingo de Resurrección está a las puertas, se la concedo a la tradición local de la Quema del Judas. Ese día, durante la Procesión del Encuentro, se le prende fuego al pelele que representa al delator de Jesús. La procesión se interrumpe en la plaza Ricardo Nogal y no reinicia la marcha hasta que el muñecote ha quedado reducido a cenizas.
Si aún no habéis decidido qué hacer esta Semana Santa, espero que lo aquí escrito conviertan a Trespaderne y sus alrededores en un buen destino.