Cada diciembre, los hogares se transforman en espacios llenos de luz, aromas familiares y objetos que invitan a recordar.
Pero muchas veces decoramos sin detenernos a pensar en lo que hay detrás de cada elemento navideño. Las luces, los colores, el árbol, los villancicos o las coronas no son simples adornos: todos ellos nacieron de historias, creencias y costumbres que han ido pasando de generación en generación.
Aunque la Navidad se celebra de formas distintas en todo el mundo, sus símbolos mantienen una esencia compartida: unir, iluminar y dar sentido a estas fechas.
Comprender su origen nos permite vivir la Navidad con una mirada más profunda, reconociendo que cada pieza de decoración es heredera de un relato que conecta lo espiritual con lo cotidiano.
En este post de Fundación Caja Rural, te explicamos los principales símbolos navideños, para redescubrir la magia que llena cada rincón durante estas semanas del año.
Los colores de la Navidad

Los colores navideños no fueron elegidos al azar.
- El rojo se consolidó en la Edad Media, utilizado en vestiduras litúrgicas durante las celebraciones del 25 de diciembre, y también aparece en iconografía posterior asociada a San Nicolás.
- El verde procede de rituales paganos de invierno que celebraban la vida que perdura, especialmente alrededor del solsticio de invierno, el 21 o 22 de diciembre, cuando los antiguos pueblos europeos decoraban sus hogares con plantas perennes.
- El dorado se incorporó más tarde gracias al simbolismo cristiano ligado a la luz de Cristo y la llegada del nuevo amanecer tras el solsticio.
- El blanco empezó a usarse a partir del siglo XVIII en regiones del norte de Europa, evocando la pureza espiritual y la nieve que marca el inicio de la estación invernal.
Todos estos colores crearon un imaginario común que hoy asociamos directamente con el inicio de la temporada navideña, desde finales de noviembre hasta el día de Reyes.
El árbol de Navidad
El árbol de Navidad moderno tiene su origen documentado en Alemania en el siglo XVI, cuando se comenzaron a decorar abetos con velas y figuras.
En 1848, gracias a una ilustración publicada en Inglaterra de la reina Victoria junto a su árbol, la tradición se popularizó en Europa y dio el salto definitivo a los hogares occidentales.
Su forma triangular simboliza la Santísima Trinidad, y su verdor persistente recuerda la vida eterna. Las velas, posteriormente sustituidas por luces eléctricas a finales del siglo XIX, se encendían tradicionalmente en la noche del 24 de diciembre como representación de la luz que llega al mundo.
Las bolas nacieron como evolución de las manzanas rojas que se colgaban en los árboles medievales durante el “Paraíso Play”, celebrado el 24 de diciembre, una obra dedicada a Adán y Eva.
Las guirnaldas representan unión y continuidad, mientras que la estrella colocada en lo alto conmemora la aparición del astro que, según la tradición, brilló sobre Belén entre finales del año 7 y 2 a.C.
El belén o pesebre
La primera representación del nacimiento que se conoce fue realizada por San Francisco de Asís en 1223, en Greccio (Italia), durante la noche del 24 de diciembre. A partir del siglo XIV, la costumbre se expandió por Europa, primero en monasterios y después en hogares aristocráticos.
En España adquirió especial relevancia a partir del reinado de Carlos III en el siglo XVIII, cuando se popularizó la tradición del belén napolitano.
Su montaje suele comenzar el 8 de diciembre, coincidiendo con la festividad de la Inmaculada Concepción, y permanece hasta el 6 de enero. Cada figura tiene un papel simbólico: los pastores representan al pueblo sencillo, la mula y el buey evocan humildad y abrigo, y la Sagrada Familia refleja el núcleo espiritual de la celebración. El pesebre se convierte así en un relato visual que abarca toda la historia que rodea al nacimiento.
La estrella de Belén
La estrella, según el Evangelio de Mateo, apareció en el cielo para marcar el nacimiento de Jesús y guiar a los Magos desde Oriente. Muchos historiadores sitúan este fenómeno entre los años 7 y 6 a.C., coincidiendo con la conjunción de Júpiter y Saturno, un evento astronómico que pudo haber sido especialmente luminoso.
Por eso, la estrella es hoy símbolo de guía, dirección y esperanza. Se coloca en el árbol, en balcones y en lo alto del belén como recordatorio de ese viaje que culmina cada 6 de enero con la llegada de los Reyes.
Las campanas

Las campanas han acompañado la Navidad desde la antigüedad. En el mundo cristiano se utilizaban desde el siglo V para anunciar misas y celebraciones del 25 de diciembre.
Su sonido marcaba el inicio de la Nochebuena y daba la bienvenida al nacimiento. Más adelante, en Europa central se comenzaron a usar campanillas pequeñas como decoración, especialmente desde el siglo XIX, convirtiéndose en símbolos de alegría y anuncio festivo.
Las coronas de Adviento
El Adviento comienza siempre el cuarto domingo antes de Navidad, entre el 27 de noviembre y el 3 de diciembre. La corona surgió en Alemania en el siglo XIX y estaba formada por un aro de ramas y 24 velas encendidas diariamente durante diciembre.
Con el tiempo se redujo a cuatro velas principales, que representan esperanza, fe, gozo y amor. Encender cada vela marca el avance hacia Nochebuena y simboliza la llegada progresiva de la luz al mundo.
Los regalos
El día central del intercambio de regalos depende de la tradición de cada país. En muchos lugares se entregan el 24 o 25 de diciembre, inspirados en la figura de San Nicolás de Mira, un obispo del siglo IV conocido por su generosidad con los niños.
En España y otros países de tradición hispana, el momento culminante ocurre el 6 de enero, recordando los presentes que los Reyes Magos ofrecieron: oro, incienso y mirra. Los regalos simbolizan gratitud y vínculo afectivo, un gesto que atraviesa culturas y épocas.
El muérdago
El muérdago aparece en relatos celtas y nórdicos y era especialmente importante en celebraciones del solsticio. Se creía que sus frutos blancos representaban prosperidad y protección.
La costumbre de besarse bajo el muérdago se documenta en Inglaterra desde el siglo XVIII, donde se consideraba un gesto que garantizaba armonía y buena suerte durante el año que comienza cada 1 de enero.
Los villancicos
Los primeros villancicos surgieron en España en los siglos XV y XVI como canciones populares que narraban historias locales. No fue hasta el siglo XVIII cuando se vincularon de forma clara con la Navidad. Desde entonces acompañan todo el periodo festivo, especialmente entre el 22 de diciembre —día del tradicional sorteo de Navidad— y el 6 de enero, cuando finalizan las celebraciones. Su función sigue siendo la misma: reunir a las personas mediante la música.
En España, la Navidad se vive con una mezcla entrañable de tradición, luz y celebración compartida. Las ciudades encienden sus luces a finales de noviembre, marcando el inicio visible de la temporada festiva y llenando calles y plazas de color.
Las familias se reúnen alrededor de dulces típicos como el turrón y los polvorones, mientras que la Lotería del 22 de diciembre actúa como pistoletazo emocional que anuncia que la Navidad ha comenzado oficialmente.
Nochebuena y Navidad se celebran en torno a largas cenas familiares, que dan paso a costumbres tan arraigadas como la Misa del Gallo o las sobremesas interminables.
El fin de año llega acompañado de las doce uvas al ritmo de las campanadas, una tradición que se repite desde 1909, y el ciclo navideño culmina con la Cabalgata de Reyes del 5 de enero, uno de los eventos más esperados por los niños.
Las luces encendidas, los encuentros y las costumbres locales convierten la Navidad en una celebración profundamente cálida y colectiva, donde cada gesto y cada símbolo conservan la magia de lo compartido.

