¿Comemos siempre que tenemos hambre? Aunque no lo pensemos es probable que no. Este mes, nuestras colaboradoras de UMAMI Nutrición nos explican 2 tipos de hambre, el visual y el emocional que en muchas ocasiones engañan a nuestra mente. ¡No te lo pierdas!
Siendo bebés nacemos con una sensación intuitiva sobre qué comer y cuánto comer, somos capaces de sintonizarnos con nuestro cuerpo y aportarle la cantidad necesaria de comida en cada momento, de aportarnos los nutrientes necesarios. Si nos dieran “vía libre” para la elección de los alimentos y su cantidad, comeríamos de una manera sana y equilibrada, siendo autorreguladores de nuestra hambre y saciedad.
Sin embargo, con el tiempo la comida tiene otras connotaciones, se enreda con otro tipo de pensamientos y emociones e incluso se convierte en “la solución” para afrontar la presión, la ansiedad o el estrés. Comer acaba estando dirigido por muchos tipos de hambre.
Vamos a comentar un par de ellas, que realizamos incluso de manera involuntaria y que no prestamos atención cuando las realizamos.
Hambre visual
Comer por los ojos, así lo llamamos. Si nos sirven una comida con una disposición, colores y texturas agradables a nuestros ojos es más probable que lo queramos comer que si está presentado como un batiburrillo de colores sin orden ni sentido (aunque sea la misma receta), e incluso lo llegamos a comer sin hambre real.
Esto lo sabe la industria alimentaria, presentándonos sus productos con una estética perfecta para crear una necesidad por ellos; ese café humeante que te calienta las manos y el cuerpo en invierno o esa hamburguesa perfectamente ordenada, firme y con una carne tan jugosa a la cual pegarías un mordisco sin pensarlo. Solo de imaginarlo ya apetece, ¿verdad?
Otro ejemplo son los estudiados escaparates o estantes, fruta brillante gracias a una cera superficial, repostería cuidadosamente elaborada y decorada en el escaparate de la panadería de debajo de casa o incluso la iluminación de los supermercados potencian ciertos productos para fomentar su compra.
Pero ahí no acaba la cosa, ahora con las redes sociales la fotografía de la comida está en alza e incluso se ha profesionalizado este sector, ¿quién no ha visto fotos de postres espectaculares o mesas minuciosamente organizadas para potenciar el plato presentado?
La mirada convence a la mente de la necesidad innecesaria de consumirlo.
Otro aspecto, no menos importante, es en el tamaño de los recipientes. Seguro que hemos oído hablar de “para adelgazar hay que comer en plato pequeño” y es que la misma ración de comida en dos platos de tamaños diferentes nos puede dar la impresión de ser mucha o poca cantidad, la vista nos engaña. Se ha comprobado que comemos mayor cantidad de comida si nos sirven en recipientes grandes que si el tamaño del recipiente es menor.
Es el hambre que más nos engaña a la hora de reconocer si realmente tienes apetito o si te han creado la necesidad de comerlo.
Hambre emocional
Cuando éramos pequeños si llorábamos nos daban un dulce para calmarnos, hemos visto repetidas veces en películas que para afrontar la pérdida de la pareja hace falta un bote de helado, el cumpleaños se “debe” celebrar con tartas y postres dulces y para celebrar cualquier cosa, sea buena o mala, siempre necesitamos comida y bebida.
Durante toda nuestra vida hemos aprendido la necesidad de comer a fin de cambiar nuestro estado de ánimo, ¿quién no ha comido alguna vez por enfado, ansiedad o tristeza? Debemos desvincular que frente a cualquier problema profesional, personal, etc. la comida es la solución.
Es tan solo un parche que tenemos por hábito realizar pero que no resuelve el problema principal y que incluso genera un nuevo sentimiento de culpabilidad. Hay que entender que estar tristes o enfadados es totalmente normal para un ser humano, que no tenemos que luchar por evitarlo, si no comprenderlo, aceptarlo y si es necesario solucionarlo por otras vías diferentes. Calmarlo con comida solo nos mete en un círculo vicioso, siendo incapaces de salir de él: estoy triste, como, me siento culpable y sigo triste, vuelvo a comer…
El hambre como manera de socializar
También hemos aprendido la necesidad de que si no hay comida o bebida por medio no disfrutamos igual, “¿cómo no voy a beber con los amigos/as? No me lo paso bien” (y no está dirigido necesariamente a los jóvenes). Debemos entender que lo que importa en la vida social es con quién estamos, la conversación que tenemos, en definitiva el contexto. Podemos ponerlo en práctica siendo más conscientes durante ese ambiente de si lo que estoy comiendo o bebiendo lo estoy disfrutando o, por si lo contrario, es un mero añadido que no tiene importancia y es fruto de una costumbre innecesaria.
En definitiva, no necesariamente comemos por apetito real e incluso hemos relacionado los sentimientos con la comida. El primer paso, es conocer estos “hambres” e identificarlos cuando aparezcan. Aprender a ser conscientes de su necesidad o de su irrelevancia. En ocasiones, basta con desviar nuestra atención de la comida, por ejemplo realizar una tarea doméstica pendiente, darnos un baño o salir a hacer ejercicio. Cualquier cosa que haga que la mente se mantenga ocupada.